Este óleo es probablemente el más proscrito de la historia de la pintura. Es una obra de arte, nadie lo pone en duda. Su autor, Gustave Courbet, es una figura innegable de la pintura mundial. Está expuesta en el Museo de Orsay de Paris, también conocido como el Museo de los Impresionistas… pero Facebook no lo quiere ni en pintura en su web.
Esta es la noticia, publicada en un diario francés. Pero no es la primera vez. Hace unos años canceló la cuenta de otro usuario por idéntico motivo.
No me importa admitir que su presencia me impactó cuando lo vi por primera vez, colgado entre otras obras maestras de autores impresionistas, en su Museo de la antigua estación de ferrocarril de Orsay, en una sala contigua a la de Van Gogh.
No conocía su existencia. No me lo esperaba “allí”. Pero es perfecto, es lógico, ese es su lugar. Su contundencia transgresora ayuda a reubicarte: aquello no es el Louvre.
Los impresionistas surgen del rechazo de los academicistas. Sería acertado decir que toman impulso de aquel rechazo y se levantan sobre él, como una ola rebasando un dique. El propio término “impresionistas” es un calificativo despectivo de un crítico oficialista de la época. Los impresionistas fueron, en sus orígenes, rebeldes, contestatarios, inconformistas, transgresores, eclécticos, innovadores… y cotidianos.
El Salón de los Rechazados expuso, entre otros, Almuerzo sobre la Hierba de Manet, en donde una mujer totalmente desnuda departía, sosegadamente, con dos caballeros impecablemente vestidos, todos apaciblemente sentados sobre la hierba de un paraje boscoso. Tres años más tarde, Olympia, también de Manet, escandalizó una vez más porque su maravilloso desnudo no era el de una diosa del etéreo universo mitológico grecorromano. Es una prostituta de un burdel de Paris. Como las que él y sus irritados detractores conocían bien. Tanto la modelo de Almuerzo sobre la Hierba como la Olympia miran al espectador, nos miran, directamente a los ojos. Ellas están serenas… nos invitan a sentarnos a su lado, nos interrogan, nos desafían.
Costo décadas romper el rechazo que aquellas imágenes causaban en un público que daba por hecho que la pintura tenía, como principal objetivo, el ornato y el exhibicionismo técnico.
Coubert representó, en muchas ocasiones, el cuerpo desnudo con gran maestría y también con gran sensualidad: El Sueño, Mujer en las Olas… pero con El Origen del Mundo (1866) Coubert dio un paso más allá. Este pequeño lienzo de 46x55 nunca ha sido aceptado con, digamos, naturalidad.
Probablemente no es ni siquiera el motivo en si, sino por la forma en que nos lo presenta, con los miembros y la cabeza cercenados o fuera del encuadre, y sin otra referencia “humanizante” que la de los pechos al fondo.
La obra rodó de mano en mano, pero siempre en ámbitos privados, secretos e íntimos, como un objeto vergonzante. Desde su subasta en 1868 hasta su exhibición definitiva en Orsay en 1995, la obra nunca estuvo expuesta abiertamente al público. Ni siquiera conocemos el título original. Sus sucesivos propietarios la admiraban tanto como les ruborizaba que se supiera que estaba en su poder, por lo que la obra siempre estuvo oculta de una u otra forma, incluso detrás de otros cuadros. Hay incluso un largo periodo de tiempo en el que se desconoce su dueño y paradero.
En el ya muy moderno Paris de 1977 esta obra no se incluyó en una retrospectiva de Coubert. Para evitar males mayores…
El argumento que Facebook utiliza para defender la retirada de la cuenta del usuario “exhibicionista” es este: “Facebook pretende así convertirse en un lugar virtual seguro para los visitantes, incluidos los numerosos niños que lo utilizan"… si, está bien escrito: SEGURO, un lugar “seguro” (sin coños), especialmente “para los niños”…
Bien mirado, y teniendo en cuenta que el parto, según muchos especialistas, es un episodio traumático para el recién nacido, es posible que los censores de Facebook estén tratando de evitar que afloren dolorosos recuerdos del subconsciente de los niños, que lo tienen más reciente. Eso o es que son unos mojigatos.
De cualquier manera, es evidente que en el siglo XXI el coño sigue siendo un elemento de poder, y así, libre y sin dueña, un peligro.
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